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Durante el reinado de Isabel I de Inglaterra (1558-1603), la literatura inglesa vive una época con una rica tradición teatral; el progresivo esplendor de autores y obras será coronado por la gigantesca figura de William Shakespeare.

Las representaciones tenían lugar en los nuevos locales abiertos para los espectáculos teatrales. A finales de siglo XVI Londres poseía al menos ocho teatros, lo que indica la popularidad del teatro.

  • Los teatros eran edificios circulares o hexagonales, con una platea descubierta y rodeada de galerías.
  • Las piezas teatrales se representaban a primera hora de la tarde para aprovechar la luz del sol.
  • El escenario tenía dos niveles y la escenografía era muy pobre: casi todo corría a cargo de la palabra en escena y a la imaginación del público. El vestuario, sin embargo, era más elaborado.
  • El público, en función de lo que había pagado, se sentaba en las galerías o veía la obra de pie en el patio.
  • Los personajes femeninos eran representados por hombres.
  • Más adelante surgió también un teatro cortesano que se representaba en locales cubiertos, anterior al cierre de los teatros de 1642, como consecuencia de la presión puritana y en vísperas de la guerra civil.

Características del teatro isabelino que aparecen en la película “Shakespeare apasaionado” (“Shakespeare in love”, John Madden, 1998):

La época isabelina significó el ingreso de Inglaterra en la Edad Moderna bajo el empuje de las innovaciones científico-tecnológicas como la revolución copernicana y de las grandes exploraciones geográficas (es cuando comienza la colonización inglesa de América del Norte). La tempestad se ambienta, no por casualidad, en una isla del Caribe cuya población (representada simbólicamente por el «salvaje» Calibán y su madre, la maga Sycorax) está sometida a las artes mágicas de Próspero, esto es, de la tecnología y del progreso de los colonizadores europeos.

La separación de la órbita del Papado y del Sacro Imperio Romano, con la derrota de Felipe II de España y de su Armada invencible (1588), el mayor bienestar económico debido a la expansión del comercio a través de Atlántico, sellaron el triunfo de Isabel y el nacimiento de la Inglaterra moderna. En esta época de intercambios culturales creció el interés hacia las humanae litterae y por lo tanto, hacia Italia, donde los intelectuales huidos de Constantinopla (1453) habían llevado consigo antiguos manuscritos de los grandes clásicos griegos y latinos haciendo surgir un interés sin precedentes por la antigüedad grecoromana y los estudios del idioma hebreo.

Nació entonces en Italia el Humanismo (una vocación sobre todo filológica y arqueológica), destinado a madurar en el siglo XVI durante el Renacimiento, con la creación de un arte y una arquitectura moderna y una renovación tecnológica a gran escala (se piensa sobre todo en un Leonardo da Vinci). Si en Italia el Renacimiento se agotó hacia la mitad del siglo XVI, en el norte de Europa (donde llegó más tarde) perduró hasta las primeras décadas del siglo XVII.

Este deseo de renovación y de modernidad se difundió también en Londres. Ni siquiera los siniestros relatos de presuntos viajes al país por parte de Maquiavelo, como el The Unfortunate Traveller, or the Life of Jack Wilton de Thomas Nashe, pudieron disminuir el entusiasmo del público: la amoralidad de El Príncipe y las voces de las conjuras papales contribuyeron en su lugar a mantener vivo el interés por Italia. En la propia capital se hacía notar una comunidad de inmigrantes italianos (muchos de los cuales eran dramaturgos y actores): con ellos Shakespeare, Christopher Marlowe, el segundo dramaturgo más destacado, y sus contemporáneos tuvieron probablemente relaciones de amistad y de frecuente colaboración profesional.

En la época de Shakespeare no había muchos que pudieran leer los dramas en latín y menos aún en griego, lengua que sólo entonces se comenzaba a conocer. Las obras de Séneca, ya objeto de gran interés para los humanistas italianos se difundieron, si bien sobre todo a través de adaptaciones italianas que se apartaban no poco del espíritu del original. Los autores introdujeron en las representaciones escenas de violencia y crueldad en lugar de la verdadera historia narrada por sus testimonios. Pero fue la versión italianizada, donde el mal se representaba con toda su intensidad, lo que gustó a los dramaturgos isabelinos y encontró el interés del público.

Que el teatro isabelino era un «teatro abierto» y no sólo en el sentido literal del término parece demostrado también por el sentido de autoironía de los actores y de los dramaturgos isabelinos. El actor gusta de hablar al público «entre líneas», para darle la vuelta al personaje mismo que está recitando, anticipando el distanciamiento irónico del teatro de Bertolt Brecht. Para esta clase de actores el dramaturgo isabelino inventa el teatro dentro del teatro. Se ha visto en la mascarada de La tempestad, pero el ejemplo más emblemático es el de Hamlet, en la que el joven heredero al trono de Dinamarca contrata a un grupo de actores itinerantes para representar frente a los ojos de Claudio, del que sospecha que ha asesinado a su padre, un drama que reconstruye el presunto asesinato. Al final Claudio se alza, disgustado y aterrorizado, dejando la corte. Por esto el joven Hamlet se convencerá de la culpabilidad (hasta entonces no probada) de su padrastro, tramando su asesinato. Se pueden encontrar otros ejemplos de esto entre los isabelinos, con éxito semejante al del «cine dentro del cine», pero también con el «teatro dentro del cine».

El teatro isabelino era popular, pero tenía mala reputación. Las autoridades de Londres lo prohibieron en la ciudad, por lo que los teatros se encontraban al otro lado del río Támesis, en la zona de Southwark o Blackfriars, fuera de la competencia de las autoridades de la ciudad.

El establecimiento de teatros públicos grandes y provechosos económicamente fue un factor esencial para el éxito del teatro inglés renacentista. El momento decisivo fue la edificación de The Theatre por James Burbage, en Shoreditch en 1576. The Theatre fue seguido rápidamente por el cercano Curtain Theatre (1577). Una vez que los teatros públicos de Londres —incluyendo The Rose (1587), The Swan (1595), The Globe Theatre (1599), the Fortune Theatre (1600), y el Red Bull (1604)—estuvieron en funcionamiento, el teatro podría ser una distracción permanente, en lugar de algo eventual.

Estos teatros conservaron mucho de la antigua simplicidad medieval. Ciertas excavaciones arqueológicas de finales del siglo XX han mostrado que aunque los teatros poseían diferencias individuales, su función común hacía que todos siguieran un sencillo esquema general. Inspirado en su origen en los circos de la época para la lucha entre osos o perros o en las posadas, baratos establecimientos de provincias, el edificio teatral consistía en una construcción muy simple de madera o de piedra, a menudo circular y dotada de un amplio patio interno, cerrado todo alrededor pero sin techo. Tal patio se convirtió en la platea del teatro, mientras que las galerías derivaron de las balconadas internas de las posadas. Cuando la posada o el circo se convirtieron en teatro, poco o nada se cambió de la antigua construcción: las representaciones se llevaban a cabo en el patio, a la luz del sol. El actor isabelino recitaba en el medio, no delante de la gente: de hecho, el escenario se «adentraba» en una platea que lo circundaba por tres lados (sólo la parte posterior se reservaba a los actores quedando a resguardo del edificio). Como en la Edad Media, el público no era simple espectador, sino que participaba en el drama. La ausencia de los «efectos especiales» refinaba la capacidad gestual, mímica y verbal de los actores, que sabían crear con maestría lugares y mundos invisibles (la magia de Próspero en La tempestad alude metafóricamente a esta magia «evocativa»).

Entre la 2.ª y la 3.ª planta del escenario se solían situar los músicos. El aforo era entre 1.500 y 2.000 espectadores. No existían interrupciones entre acto y acto ya que era escasa la escenografía. El mobiliario y los objetos daban la ubicación de la acción (un trono era la corte, una mesa de taberna, una taberna, etc.).

Otros teatros posteriores, como el Blackfriars Theatre (1599), el Whitefriars (1608) y el Cockpit (1617) eran cerrados y con techo. Con la creación del Salisbury Court Theatre en 1629 el público de Londres tenía seis teatros entre los que elegir: tres que sobrevivían de la época de los grandes teatros «públicos» al aire libre, el Globe, el Fortune, y el Red Bull, y tres teatros «privados», más pequeños y cerrados. De esta forma, la capacidad teatral de la capital era de más de 10,000 personas después de 1610.[]

Mientras el drama renacentista italiano se desarrollaba como una forma de arte elitista, el teatro isabelino resultaba un gran contenedor que fascinaba a todas las clases, haciendo así de «nivelador» social. A las representaciones acudían príncipes y campesinos, hombres, mujeres y niños, porque la entrada estaba al alcance de todos, si bien con precios distintos:

El que se queda de pie abajo paga sólo un penique, pero si quiere sentarse, le meten por otra puerta, donde paga otro penique; si desea sentarse sobre un cojín en el mejor sitio, desde donde no sólo se ve todo, sino que también pueden verle, tiene que pagar en una tercera puerta otro penique. Descripción que hace Thomas Platter de Basle en 1599, tras visitar The Curtain[.]

Acudir al teatro era una costumbre muy arraigada en la época. Por esto todos los dramas debían satisfacer gustos diversos: los del soldado que deseaba ver guerra y duelos, la mujer que buscaba amor y sentimiento, la del abogado que se interesaba por la filosofía moral y el derecho, y así con todos. Incluso el lenguaje teatral refleja esta exigencia, enriqueciéndose con registros muy variados y adquiriendo gran flexibilidad de expresión.

Comparación con el teatro moderno

En los diferentes aspectos del teatro isabelino que pudimos ver en la película, nos llamaron particularmente la atención la calidad de los actores; en este caso la mayoría eran improvisados, personas que se podían encontrar en cualquier tipo de lugar y con cualquier tipo de oficio (cantineros, prestamistas, etc.); lo que se puede observar hoy que a los actores se les exige una formación muy determinada y muchas veces su éxito va de la mano de la escuela o del profesor que tuvieron en su momento. Otra curiosidad es que no eran admitidas las mujeres en el escenario, esto, en realidad puede relacionarse con el teatro griego, pero en la actualidad muchas de las actrices más talentosas son mujeres. En cuanto al público, mientras que en la actualidad las personas que concurren a espectáculos teatrales, muchas veces son personas que tienen conocimientos del arte teatral, o aunque no los tengan, ir a observar determinadas obres da cuenta de cierto status social y cultural. En lo referido al teatro isabelino lo que se puede ver en cuanto a los espectadores, es que son la mayoría gente marginal, que concurre sabiendo que los espectáculos teatrales son mayormente grotescos. De todas formas, también las clases altas concurrían al teatro, pero en los mismos estaba totalmente marcada la estratificación. Relacionándolo con esto igualmente se puede ver que el teatro siempre tuvo sus detractores y censores; como también empresarios que lo único que ven en el teatro es un buen negocio.

Finalmente en cuanto a la ubicación de los edificios también existe una gran diferencia: los teatros de la época isabelina estaban ubicados en las zonas preferentemente periféricas, mientras que  en la actualidad, muchas veces los teatros son un punto obligado en cualquier recorrido turístico o, incluso le dan una identidad a determinada región.

En la película podemos observar que son nombradas algunas obras de Shakespeare; es más la película misma intenta relatar lo que fue la posible génesis de su obra más famosa, “Romeo y Julieta”, que en principio iba a ser montada como una comedia llamada “Romeo y Ethel, la hija del pirata”, pero luego debido a la falta de inspiración del mismo Shakespeare y a su relación amorosa con Lady Viola, la obra va cambian hasta convertirse en lo que en realidad fue. Es más, la idea de “Romeo y Julieta” fue evolucionando gracias a uno de los rivales de Shakespeare, aunque muy respetado por él mismo, Christopher Marlowe. De todas formas, tanto Shakespeare como Marlowe, reconocen que sus obras son construidas muchas veces sobre obras de autores latinos; también Shakespeare reconoce que una de sus obras ha sido inspirada y copiada de una de Marlowe. Algo que irrita un poco al personaje de Shakespeare es que en la prueba que van a hacer los actores todos recitan versos de la obra de Marlowe “Doctor Fausto”.

Para construir un personaje veraz, humanamente cercano a la gente, no se consideraba necesario utilizar grandes vestuarios ni ser arqueológicamente fieles a los hechos históricos.

Las compañías funcionaban sobre un sistema de repertorio. Raramente interpretaban la misma obra dos días seguidos.

Emplear a actrices estaba prohibido por la ley, y así se mantuvo durante el siglo XVII, incluso bajo la dictadura puritana. Los personajes femeninos eran entonces representados por muchachos. Pero esto no disminuyó el éxito de las representaciones, como prueba el testimonio de la época y las continuas protestas contra las compañías teatrales por parte de los administradores puritanos de la City.

Era un teatro que funcionaba por compañías privadas y formadas por actores, que pagaban a los autores para interpretar su obra y a otros actores secundarios. Algunos alquilaban el teatro y otros eran propietarios del mismo. Cada compañía tenía un aristócrata, que era una especie de apoderado moral. Sólo la protección acordada por el grupo de actores con príncipes y reyes -si el actor vestía su librea no podía ser de hecho arrestado – pudo salvar a Shakespeare y a muchos de sus compañeros de las condenas de impiedad lanzadas por la municipalidad puritana. Una ley de 1572 eliminó las compañías que carecían de un patrocinio formal al considerar a sus miembros «vagabundos». El nombre de muchas compañías teatrales derivan de esta forma de patrocinio: The Admiral’s Men y The King’s Men eran «los hombres del almirante» y «los hombres del soberano«. Una compañía que no hubiese tenido un poderoso mecenas a sus espaldas podía encontrarse en una serie de dificultades y ver sus espectáculos cancelados de un día para otro.

A estos problemas se añade que, para los actores, el salario era muy bajo.

El Consejo Real tenía que dar el visto bueno a todas y cada una de las obras ya que existía la censura respecto a temas morales como el sexo, la maldad, las manifestaciones contra Dios, la Iglesia, etc.

Un drama muy ligado a los efectos escénicos y que se apodera de las emociones más violentas se asocia entonces a las pasiones del amor más morboso: el cuadro antiguo pintado con mano sutil es restaurado con trazos tan gruesos que casi ocultan el toque del artista. No es por casualidad que los mismos dramaturgos renacentistas trabajasen contemporáneamente con obras del tipo «mixto», como las «pastorales» o las «tragicomedias«, fusión de comedia y tragedia, juntando lo trágico, lo cómico y lo novelesco.

La mezcla de géneros propia del renacimiento inglés fue también experimentada por los isabelinos, cuyas tragedias y comedias mantuvieron sin embargo una mayor separación irónica y realista. La tempestad tiene mucho de tragicomedia, mas la ironía y la comicidad de los personajes, la profundidad de la exploración filosófica le confieren mayor aliento. Lo mismo puede decirse de muchas otras grandes comedias de Shakespeare e isabelinas, en las que lo cómico se mezcla fatalmente con lo trágico, como por otra parte ocurre en el cine moderno. El bufón de El rey Lear, y la locura del rey caído en desgracia por la traición de sus hijas a las que, por afecto, había regalado todo su patrimonio, proporcionaban el alivio cómico al público haciendo resaltar, como por el efecto del claroscuro, la tragedia personal de Lear y la nacional de Inglaterra rota por la guerra civil.

La época isabelina no se limitó a adaptar los modelos: renovó felizmente el metro con el verso blanco (blank verse, pentámetro yámbico carente de rima), que imita bastante fielmente el verso latino senequista, liberando al diálogo dramático de la artificiosidad de la rima, mientras se conserva la regularidad de los cinco pies del verso. El verso blanco fue introducido por el Conde de Surrey cuando en el año 1540 publicó una traducción de la Eneida usando esta forma métrica, pero debe esperarse al Gorboduc de Sackville y Norton (1561) para que se usase en el drama para llegar a culminar en la epopeya bíblica de John Milton, el Paraíso perdido. La idea de usar un metro semejante se le ocurrió a Surrey por la versión de la Eneida de Molza, inventor del versi sciolti (verso libre). El teatro isabelino introduce asimismo toda una serie de técnicas teatrales de vanguardia que fueron utilizadas siglos más tarde por el cine y la televisión. El escenario inglés de finales del siglo XVI (sobre todo en Shakespeare) presenta un frecuente y rápido sucederse de escenas que hacen pasar rápidamente de un lugar a otro, saltando horas, días, meses con una agilidad casi pareja a la del cine moderno. El verso blanco juega una parte no menor confiriendo a la poesía la espontaneidad de la conversación y la naturalidad del recitado.

La Poética de Aristóteles, que definió la unidad de tiempo y acción (la de espacio es un añadido de los humanistas) en el drama, consiguió imponerse mejor en el continente: sólo algunos clasicistas de corte académico como Ben Jonson siguieron al pie de la letra los preceptos, pero estos personajes no tienen la vida de los de Shakespeare, permaneciendo (sobre todo en el caso de Jonson) a nivel de «tipos» o «máscaras». Fue sobre todo gracias a la renuncia a las reglas que el teatro isabelino pudo desarrollarse de aquellas formas nuevas en las cuales Shakespeare, Beaumont, Fletcher, Marlowe y muchos otros encontraron campo fértil para su genio.

Matías Corbani