EL INCIDENTE DE LA VENTANA
(El doctor Jeckyll es un médico londinense muy rico. Su abogado, el doctor Utterson, teme que pueda ser asesinado por Mr. Hyde, un hombre repulsivo al que Jeckyll misteriosamente le dejó en herencia toda su fortuna. Utterson desconoce la verdad sobre los experimentos de Jeckyll)

Un domingo, cuando Utterson daba su paseo habitual en compañía de Enfield, dio la casualidad de que volvieran a pasar por la misma calle lateral; al caminar por delante de la puerta, ambos paseantes se detuvieron y se quedaron mirando hacia ella. Enfield dijo:
 Se acabó por fin aquel asunto. Ya no volveremos jamás a ver a Mr. Hyde.
 Me imagino que no – dijo Utterson -. ¿Te he dicho ya que hablé con él en cierta ocasión y que experimenté tu mismo sentimiento de repulsión?
 Era imposible verlo y no sentirlo – contestó Enfield -. A propósito: ¿verdad que me tomarías por un tonto si yo no hubiera averiguado que esta viene a ser la parte trasera de la casa del Dr. Jeckyll? Pues fue culpa tuya que lo averiguaste por fin.
 ¿De modo que lo averiguaste por fin? – dijo Utterson -. Pues, si es así, bien podemos entrar en la plazoleta y echar un vistazo a las ventanas. Para ser sincero, estoy intranquilo por el pobre Jeckyll y tengo la sensación íntima de que la presencia de un amigo, aunque sea fuera de la casa, puede serle de utilidad.
La Plazoleta estaba muy fría y se hallaba algo húmeda y en pleno crepúsculo prematuro, aunque allá arriba el cielo brillaba todavía con el sol poniente. De las tres ventanas, la del centro se hallaba a medio abrir; en ella, tomando el aire con expresión de tristeza infinita, a manera de algún afligido presidiario, Utterson vio al Dr. Jeckyll y le gritó:
 ¿Cómo va eso, Jeckyll? Me imagino que ya estarás mejor.
 Estoy triste, Utterson, estoy muy triste – repuso el doctor con una voz que causaba miedo – Ya no viviré mucho, gracias a Dios.

Estás demasiado tiempo encerrado – le dijo el abogado – deberías salir para activar la circulación de la sangre, como lo hacemos Enfield y yo… te presento a mi primo, Mr. Enfield…, el Dr. Jeckyll… ¡Vamos!, ponte el sombrero y ven a dar un paseo con nosotros.41
 Eres muy bueno – suspiró el de la ventana – Me agradaría mucho de verte; constituye para mí un gran placer auténtico. Yo los invitaría a ti y a Mr. Enfield a subir a mi despacho, pero la verdad es que el lugar no está para recibir a nadie.
 Pues, entonces – dijo el abogado con toda simpatía – lo mejor que podemos hacer es quedarnos aquí y conversar contigo desde donde estamos.
 Eso es precisamente lo que yo iba a arriesgarme a proponerles – contestó sonriente el doctor.
Pero no bien pronunció estas palabras cuando la sonrisa desapareció de su rostro, siendo reemplazada por una expresión de terror y desesperación tan abyectos, que a los dos caballeros de la Plazoleta se les heló la sangre de las venas. Aquello duró el tiempo de un relámpago, porque instantáneamente se cerró la ventana; pero aquella visión había sido suficiente y ambos caballeros se alejaron de la casa sin pronunciar palabra. También en silencio cruzaron la calle; sólo cuando estuvieron en una avenida próxima, en la que
había cierto movimiento incluso los domingos, Utterson se volvió por fin para mirar a su compañero. Los dos estaban pálidos y en sus ojos había una expresión de horror. Utterson exclamó:
 ¡Qué Dios nos perdone! ¡Qué Dios nos perdone!
Pero Enfield sólo pudo hacer un ademán afirmativo con la cabeza y siguieron paseando otra vez en silencio.

EL RELATO DEL DOCTOR LANYON
(Después de cometer horrorosos crímenes, Mr. Hyde descubre su secreto frente al Dr. Lanyon, un rico caballero londinense amigo de Jeckyll. En una carta que Utterson lee después de su muerte y de la de Jeckyll, Lanyon devela estos secretos.)

Apenas habían resonado por todo Londres las campanadas de las doce de la noche, cuando llamaron con mucha cautela a la puerta de la calle. Acudí personalmente a la llamada y me encontré con un hombrecito agazapado entre las columnas del pórtico.
 ¿Viene de parte del Dr. Jeckyll? – pregunté.
Me contestó que sí con gesto de cortedad; y, cuando le rogué que entrase, se volvió para dirigir una mirada escrutadora hacia las sombras de la plaza. No lejos de allí se veía a un policía que avanzaba en nuestra dirección con su linterna encendida; creí observar que mi visitante, al ver aquello, sufrió un sobresalto y se apresuró a entrar. […]
El individuo aquel (que de semajante manera, y desde el momento mismo de su entrada, despertó en mí lo que llamaré, porque no encuentro otras palabras, una curiosidad llena de repugnancia) vestía de manera que habría convertido a cualquier persona corriente en objeto de risa; aunque sus ropas eran de muy buena calidad y de dibujos sobrios, resultaban desmesuradamente grandes para él en todo sentido: los pantalones le caían como colgajos, la cintura del saco le quedaba debajo de las caderas y el cuello le cubría los hombros. Lo curioso del caso es que una vestimenta tan cómica estuvo lejos de moverme a risa. […]

Me compadecí de la ansiedad expectante del individuo y quizá me haya dejado llevar también por mi curiosidad, cada vez más grande.
 Ahí lo tiene, señor – le dije, señalándole con el dedo el cajón, que se hallaba en el suelo detrás de una mesa, cubierto aun con la sábana.
Saltó hacia él, pero luego se contuvo y se apretó el corazón con la mano; oí rechinar sus dientes por efecto del movimiento convulsivo de sus mandíbulas; su rostro era tan espantoso, que sentí alarma por su vida y por su razón. […]
Él me dio las gracias sonriendo y con una inclinación de cabeza, midió una pequeña dosis de la tintura roja y le agregó uno de los polvos. La mezcla, que tomó al principio un color rojizo, adquirió un color más vivo conforme se disolvían los critales, entró en perceptible efervescencia y empezó a despedir vapores humeantes. Cesó de pronto la efervescencia y la mezcla cambió a un color escarlata, que luego se fue difuminando hasta quedar convertido en un color verde pálido. Mi visitante, que había seguido tales transformaciones con impaciencia, sonrió, colocó el vaso encima de la mesa, se volvió y clavó en mí una mirada escudriñadora, diciéndome:

 Y ahora, vamos a lo que queda por hacer. ¿Será usted prudente? ¿Querrá dejarse guiar? ¿Se conformará con que tome este vaso en mi mano y salga de su casa sin hablar más? ¿O lo domina sobre todo el ansia de satisfacer su curiosidad? […]
Se llevó el vaso a los labios y bebió el contenido de un solo sorbo. Lanzó un grito, se tambaleó, vaciló, se agarró a la mesa y se sostuvo de esa manera, mirando con ojos desorbitados e inyectados en sangre, jadeando con la boca muy abierta; y, mientras yo lo miraba, me pareció que tenía lugar un cambio que adquiría mayor volumen; de pronto su cara se ensombreció, sus rasgos daban la impresión de difuminarse y alterarse; un instante después me puse de pie como impulsado por un resorte, di un salto hacia atrás hasta
apoyar la espalda en la pared, levanté el brazo como para protegerme del prodigio y mi espíritu se hundió de terror.
-¡Oh, Dios! – grité – ¡Oh, Dios! – repetí una y otra vez.
Allí,ante mis ojos, pálido y embriagado de emoción, medio desmayado, tanteando con las manos en el aire, como un hombre que acaba de resucitar…, ¡estaba Henry Jekyll!

LA CONFESIÓN DEL DOCTOR JECKYLL
(El Dr. Jekyll confiesa los alcances de su horrible experimento a Utterson, en una carte que éste deberá leer después de la muerte de Jekyll)

Nací en el año de 18…, heredero de una gran fortuna.
Inclinado por naturaleza al trabajo, gocé muy pronto de respeto de los mayores y más sabios de mis semejantes y, por lo tanto, todo me auguraba un porvenir honrado y brillante. Lo cierto es que la peor de mis faltas no era más que una disposición alegre e impaciente que ha hecho la felicidad de muchos, pero que yo hallé difícil de compaginar con mi imperioso deseo de gozar de la admiración de todos y presentar ante la sociedad de un continente desusadamente grave. Por esta razón oculté mis placeres, y cuando llegué a esos años de reflexión en que el hombre comienza a mirar a su alrededor y a evaluar sus progresos y la posición que ha alcanzado, ya estaba entregado a una profunda duplicidad de vida.

Bastará con que diga que llegué a fabricarme una pócima por medio de la cual logré sustituir mi aspecto por una segunda apariencia, que constituía la expresión de los elementos más bajos de mi espíritu y llevaba su sello. Sabía que corría peligro de muerte […]. Bastaría con una simple error en la dosis o en las circunstancias en que se administrara. Pero la tentación de llevar a cabo un experimento tan singular venció, al fin, todos mis temores y, a una hora muy avanzada de una noche que maldigo, mezclé los elementos, los
vi bullir y humear en la probeta, y cuando el hervor se hubo disipado, armándome de valor, bebí la poción.
Sentí unas sacudidas desgarradoras, un rechinar de huesos, una náusea mortal y un horror del espíritu que no pueden sobrepasar ni los traumas del nacimiento y de la muerte. Luego, la agonía empezó a disiparse y recobré el conocimiento, sintiéndome como si saliera de una grave enfermedad. Había algo extraño en mis sensaciones, algo indescriptiblemente nuevo y, por su novedad, también indescriptiblemente agradable. Me sentí más joven, más ligero, más feliz físicamente. Supe, al respirar por primera vez esta nueva vida, que era ahora más perverso, diez veces más perverso, un esclavo vendido a mi mal original. Y sólo pensarlo me
deleitó en aquel momento como un vino añejo. Estiré los brazos exultante y me di cuenta de pronto de que mi estatura se había reducido. Recorrí los corredores sientiéndome un extraño en mi propia morada, y al llegar a mi habitación contemplé por primera vez la imagen de Edward Hyde.

ACTIVIDADES:

  1. ¿Cómo habrá terminado la historia de Jekyll y Hyde? Escribir en la carpeta dos finales diferentes: uno que sea de terror y otro que no.
  2. ¿A qué tipo de relato de horror pertenece “El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde” (alegórico – metafórico – ambiguo)? ¿Por qué?
  3. ¿Qué podemos considerar “inexplicable” en la novela de Stevenson y de qué modo se “explica”? Justificar con citas textuales.
  4. ¿Cómo reacciona cada uno de los personajes “comunes y corrientes” ante lo sobrenatural en los fragmentos de la novela de Stevenson leídos?
  5. Releer el incidente de la ventana: ¿Cómo se provoca incertidumbre? ¿Qué elementos de los relatos fantásticos se pueden encontrar en ese capítulo?
  6. Describir a Jekyll y a Hyde a partir de los datos de los textos. ¿Tienen rasgos comunes? ¿En qué se diferencian?

Matías L. Corbani