Para leer el texto, acceder al siguiente vínculo: https://www.cjpb.org.uy/wp-content/uploads/repositorio/serviciosAlAfiliado/librosDigitales/Cantar-Mio-Cid.pdf

INTRODUCCIÓN

“…se ven las tiendas plantadas en la tierra y aparece el alba

cuando se oye el tañer redoblado de los tambores;

el Cid se regocija y dice: – ¡Qué hermoso día es hoy…”

Con la lectura completa del “Poema de mío Cid”[1] buscaremos definir diferentes cuestiones, a la luz de pautas preestablecidas, definidas, siempre como un proyecto susceptible a interpretación y reelaboración propia.

Iremos en busca de enunciar y presentar conceptos básicos y elaborados acerca de diferentes temáticas del texto. Como por ejemplo: una introducción al concepto de poesía épica y, fundamentalmente, poesía épica anónima medieval europea, sus orígenes, estructuras, temas, comparaciones y demás elementos que nos serán útiles en la lectura del poema. Debemos tener en cuenta, para un correcto análisis, la superestructura del poema, en lo tocante a la forma en la que está dispuesto, sus elementos descriptivos, la cuestión de lo dialógico, los recursos que utiliza el juglar (referidos a la tradición oral) y lo formal. Todo esto en función de realizar un análisis completo de los temas que se tocan en el poema, los cuales, si bien son comunes a la épica, son abordados de forma muy particular por el poeta/autor del Poema de Mío Cid.


[1] Anónimo, Poema de Mío Cid, introducción, traducción y notas de J.Callet Bois, Troquel, Bs. As., 1967.

Determinaremos ciertas cuestiones históricas que hacen a la construcción del significado del texto; las facetas de lo ficcional y lo real con lo cual no se cansa de jugar el poeta. Todos estos, elementos funcionales a la narración y a la presentación de los temas que quiere poner sobre el tapete: la identidad nacional, el amor, la valentía, los valores, la muerte, los sentimientos que hacen grande al hombre; los cuales son contrapuestos muchas veces en el desarrollo del poema, con la incertidumbre, la conspiración, la envidia y un sentimiento que nos transmite el poeta de que si bien la virtud puede ser alcanzada con diferentes disposiciones y búsquedas que realiza el espíritu, la malicia está allí, latente; quizás no afectándonos directamente, pero sí confundiéndonos a nosotros y a quienes se encuentran en nuestra estima (como le ocurre al Cid con su rey don Alfonso).

Fundamentalmente, buscaremos con nuestro trabajo poner de manifiesto cuestiones que hacen a la construcción y a la fundamentación del Poema del Cid, para nosotros quienes intentamos ingresar a los camino de los estudios literarios, del por qué ésta debe ser una lectura obligada para cualquier trabajador intelectual que se precie de tal.

  1. Poesía épica

“…dadme a mí doscientos para marchar en una incursión a vanguardia

con Dios, y apoyados en vuestra suerte tendremos gran ganancia…”

La poesía épica puede reivindicar como propios algunos de los grandes monumentos literarios de todos los tiempos (“La Ilíada”, “La Odisea”…). Está presente en la mayor parte de las literaturas antiguas, vinculada fundamentalmente con la mitología o mitos fundantes de las determinadas culturas y civilizaciones.

Si bien el objetivo fundamental de este trabajo no es ahondar en las características fundamentales de la poesía épica (tarea lograda ya el año anterior), es muy importante tenerlas en cuenta para poder comenzar a sumergirnos en la tarea de construir el significado, siempre subjetivo, siempre parcial, de la obra que hemos tomado como objeto de estudio. En este sentido nos centraremos en las características más importantes de la épica anónima de la Edad Media, a la cual pertenece el “Poema de Mío Cid”. Este momento particular de la historia constituye un punto muy particular en la evolución del género épico; puesto que esta época (muchas veces poco estudiada e, incluso, poco valorada) está caracterizada, generalmente por una homogeneidad que no es tal. Si lo analizamos detalladamente, veremos que este momento es una de las épocas más decisivas de la historia de la cultura universal[1]. Una actitud cósmica sumamente firme, una autoridad perfectamente organizada, obviamente discutible y de hecho discutida a lo largo de la historia, generan un trasfondo óptimo para la creación de obras de arte similares al “Poema de Mio Cid”.

Según el citado Guillermo Díaz Plaja, la armazón solidaria que caracteriza la vida europea de esta Edad, consta de diferentes unidades: la unidad religiosa; el Cristianismo, fundamentado sobre la Iglesia Romana, domina todas las formas de la política y de la espiritualidad de la época. Aggiornados ya en esta época los elementos del cosmos aristotélico, se establece como una unidad imposible de transgredir, tarea sólo lograda por el Renacimiento y la Revolución Científica. La unidad cultural, la cultura se organiza unitariamente y el factor fundamental para esta unidad es la lengua, el latín, constituyente de la cultura medieval. La unidad política; según la cual la jerarquía suprema de la autoridad reside en el Sacro Imperio Romano-Germánico, que, según Díaz Plaja, representa una huella nostálgica del Imperio Romano.


[1] Díaz Plaja, Guillermo; Hacia un concepto de la literatura española, Ensayos elegidos 1931-1941.

Hemos nombrado al pasar que uno de los hechos con tanta grandeza capaz de resquebrajar esta unidad de la Edad Media, ha sido el majestuoso Renacimiento y, viviendo dentro de él, como un impulso vital con búsqueda de emerger aparece una literatura no escrita en latín, sino en una de las lenguas romances, destruyendo su universalidad; característica esencial no sólo en este aspecto sino en todo el Poema.

Retomando la cuestión del género épico y sus características fundamentales, se puede afirmar que su propósito central, generalmente, es la narración exaltadora de las hazañas de un individuo o “héroe” que a la vez es, casi siempre el conductor militar de una comunidad o facción determinada en las luchas contra sus enemigos[1]. Una de las concepciones más comunes sobre sus orígenes es la de asociarla a un origen eminentemente popular el cual construiría la reelaboración progresiva de leyendas históricas y heroicas, provenientes del patrimonio colectivo. De todas formas la historicidad y la objetividad de estas obras hacen que esta hipótesis pierda algo de su fuerza, indicándonos la presencia de uno o varios poetas muy profesionales en su labor. Más aun, la existencia de un núcleo original coherente y unitario, suele ser atribuida a la creación de un solo poeta. Desde otro punto de vista la creación popular puede verse totalmente desplazada ya que, usualmente, este tipo de creaciones narrativas obedecen a la glorificación organizada y deliberada que hace una clase dominante – comúnmente, la aristocracia guerrera – de sus conquistas, de sus proyectos, de su poder político y de sus ideales, los cuales se relacionan, por añadidura, a los de toda la población. Lo que nos puede llegar a confundir es que estos poemas tuvieron mucha difusión popular debido a la gradual secularización del papel del juglar profesional y al ya nombrado uso propagandístico que hace estas obras hace de la lengua (como forma de organización social) en detrimento del latín o del griego.

En cuanto a lo estructural, los poemas épicos presentan variaciones más o menos notorias según el ámbito y la época en que se forman las obras, pero también se ven rasgos comunes que vale la pena sistematizar. La épica tiene un carácter marcadamente activo y un general tono realista. La fidelidad de la historia real oscila desde la historicidad casi perfecta del “Poema de Mio Cid”, hasta la nebulosa mitología del “Cantar de los Nibelungos”. Los héroes épicos son habitualmente diferentes al resto de los hombres, por su mayor fuerza física o por su ingenio más agudo; atravesados por un sentido de honor extremadamente sensible y un culto del poder y del valor personal que configura una especie de ética aristocrática.

Como ya hemos visto, es posible que los poemas épicos hayan sido compuestos en un principio para ser recitados ante un auditorio y no para ser leídos por lectores individuales; esto explica el uso de fórmulas y convenciones, relacionadas intrísecamente con la oralidad, su tradición y su transmisión. Muchas de estas convenciones permiten mantener la tensión y continuidad de un extenso poema a lo largo de toda su acción. Funcionalmente al aspecto de transmisión oral y a la oralidad es la descripción de situaciones típicas y ya conocidas por los oyentes, que reconstruyes mitos, ceremonias o rituales sociales. Esta característica oral de los poemas épicos nos posibilita inferir el habitual anonimato de los poetas. Empero, las obras han podido conservarse gracias a la labor de copistas o escribas de los monasterios, lo cual tradicionalmente hace confundir la labor del copista como con la de autoría propia del poema.


[1] Maurer, Sarah, Historia de le Literatura Mundial, fascículo 97, CEAL.

Vuelve a quedar desmentida la propuesta de la génesis de la épica a partir del “alma popular”, porque desde comienzos de la edad feudal, existió una clase de juglares o poetas “profesionales” al servicio, casi siempre, de las casas reinantes, cuyas funciones, como ya hemos dicho, se fueron secularizando con el correr del tiempo, para perder al final sus prerrogativas y convertirse en cantores o músicos ambulantes. Según Sara Maurer, la crítica actual ha aclarado casi por completo el problema de los orígenes de la épica, remitiéndolos al lamento, al panérgico y al canto imperatorio.

  1. La épica española y el Poema de Mio Cid

“…el Cid montó en su caballo Babieca exclamando:

-Ahora lo digo ante mi rey don Alfonso…”

De la poesía épico juglaresca española sólo nos quedan  enteros el Poema de Mio Cid, que no fue el más antiguo y que anuncia el florecimiento de ese género narrativo, y el último, La Crónica rimada o Cantar de las Mocedades de Rodrigo. Caudal muy inferior, sin duda, al de la épica francesa, espléndida y numerosa, pero suficiente para afirmar que la poesía narrativa de los juglares no fue en España una rama tardía y derivada de otras, sino que surgió con vida autónoma y conservó su fisonomía propia, a pesar de la proximidad y del influjo de la de Francia.

Diversas teorías se han formulado para explicar la génesis de la épica medieval en España, otro influjo lejano es el ejercido por la poesía heroica de los germanos, que a través de la corriente invasora visigoda debe de haber traído a España sus canciones y poemas de tema épico. Ya en el siglo XI, la épica comienza a ganar popularidad en toda Europa, resulta indiscutible en España la gravitación de la “canción de gesta” francesa (por ejemplo la Chanson de Roland). Pero la épica española ofrece una originalidad sorprendente respecto de las del resto de Europa. Su tónica general es más popular que las de todas las otras, además, canta hechos contemporáneos o casi contemporáneos, en contraste con la épica alemana y la épica francesa[1]. Hay comentaristas que sostienen que en España existen reales testimonios sobre una actividad épica anterior, de una forma semejante a las de las cantinelas. Reformulado esto por el mayor de los medievalistas hispanos, Ramón Menéndez Pidal.


[1] Maurer, Sara, op. Cit.

La épica medieval puede desplegarse toda entre dos tipos extremos, según lo ha reconocido el mismo Menéndez Pidal: a) la representación mítica de un elevado móvil colectivo o causa superior a los protagonistas – la cruzada contra los paganos en la Chanson de Roland – y b) la exaltación de una individualidad poderosa – Poema de Mio Cid -, en la que la narración se pone al servicio de esa intención y todo se particulariza en torno a una figura ejemplar por su valor o por sus virtudes[1]. En los poemas del segundo tipo, que tienden a lo biográfico, abundan dos motivos principales: el de la venganza cruenta entre los miembros de un grupo familiar y la oposición feudal entre el rey y el vasallo con manifiesta preferencia por el segundo.

El Poema de Mio Cid es un cantar de gesta anónimo que relata hazañas heroicas inspiradas libremente en los últimos años de la vida del caballero castellano Rodrigo Díaz de Vivar. Se trata de la primera obra narrativa extensa de la literatura española en una lengua romance.

El poema consta de 3.735 versos anisosilábicos de extensión variable, aunque dominan versos de 14 a 16 sílabas métricas. Los versos del Poema de Mio Cid están divididos en dos hemistiquios separados por cesura. La longitud de cada hemistiquio es de 4 a 13 sílabas, y se considera unidad mínima de la prosodia del Cantar. No hay división en estrofas, y los versos se agrupan en tiradas, es decir series de versos con una misma rima asonante.

Está escrito en castellano medieval y compuesto alrededor del año 1200 (fechas post quem y ante quem: 1195–1207). Se desconoce el título original, aunque probablemente se llamaría gesta o cantar, términos con los que el autor describe su obra en los versos 1.085 y 2.276, respectivamente.

El Poema de Mio Cid es el único conservado casi completo de su género en la literatura española y alcanza un gran valor literario por la maestría de su estilo. Los cuatro textos épicos conservados, además del que nos ocupa, son las Mocedades de Rodrigocirca 1360—, con 1700 versos, Cantar de Roncesvallesca. 1270— (fragmento de unos 100 versos) y una corta inscripción de un templo románico, conocida como Epitafio épico del Cid —¿ca. 1400?—). Del texto que aquí nos ocupa solo se ha perdido la primera hoja del original y otras dos en el interior del códice, pero su contenido puede ser deducido de las prosificaciones cronísticas, en especial de la Crónica de veinte reyes.

Solamente se conserva en una copia realizada en el siglo XIV (como se deduce de la letra del manuscrito) a partir de otra que data de 1207 y fue llevada a cabo por un copista llamado Per Abbat, que transcribe un texto compuesto probablemente pocos años antes de esta fecha.

La fecha de la copia efectuada por Per Abbat en 1207 se deduce de la que refleja el explicit del manuscrito: «MCC XLV» (de la era hispánica, esto es, para la datación actual, hay que restarle 38 años).

Quien escrivio este libro de Dios paraiso, amen
Per Abbat le escrivio en el mes de mayo en era de mil e. CC XLV años.[]

Este colofón refleja los usos de los amanuenses medievales, que cuando finalizaban su labor de transcribir el texto (que era lo que significaba «escribir»), añadían su nombre y la fecha en que terminaban su trabajo.

El Poema está formado por tres cantares en torno a un solo protagonista. Por mucho tiempo se creyó que el Poema era obra de un único autor, probablemente un juglar de Medinaceli, que compuso la epopeya hacia 1140, pero las últimas investigaciones de Menéndez Pidal parecen haber demostrado que en realidad fueron dos los autores del cantar: un juglar de San Esteban de Gormaz, que vivía en tiempos de la muerte del Cid, y que quizás incitado por ella se propuso escribir la obra, en la primera década del siglo XII; y el citado juglar de Medinaceli, que en realidad fue un refundidor muy libre de la versión anterior.

El Cid, como la mayor parte de la épica castellana, se nutre de la gesta de la Reconquista, dirigida a arrebatar a los moros las posesiones que mantienen en la península desde el siglo VIII. Refleja los modos de vida feudales, pero a través de un sesgo particular que el feudalismo conquista en España, tradicionalista, legalista y apegado a un orden jurídico poco respetado en otras partes. En torno a Rodrigo Díaz de Vivar, su valor nacional y popular no ofrece dudas.


[1] Callet-Bois, Julio; “Introducción” en Poema de Mio Cid, Troquel, Buenos Aires, 1967.

  1. La ametría de le poesía juglaresca

“… -¿Dónde estás Félix Muñoz, sobrino mío?,

Eres primo de mis hijas, y sé que las quieres de corazón…”

Rasgo singular de la poesía épicojuglaresca española es el persistente uso del verso amétrico, atestiguado en nuestro Poema de Mio Cid. La ametría española contrasta con la métrica francesa, regularizada ya en sus más antiguos poemas.

El verso del Poema de Mio Cid vacila entre las 10 y 20 sílabas, con ligero predominio del verso de 14 ó alejandrino. Este verso largo tiene siempre una cesura o pausa que lo divide en dos fragmentos más o menos iguales: son los más abundantes lo alejandrinos de hemistiquios simétricos (7 + 7), y les siguen dos variantes: los de 13 (6 + 7) y los de 15 (7 + 8).

También se caracteriza la épica española del uso de la rima asonante que conocieron y olvidaron antes del siglo XII los farnceses[1]. Apenas quedan rastros en la copia de Per Abbat – fechada en 1307 – de otro curiosísimo recurso de la métrica juglaresca, la paragoge, es decir, la equivalencia de unas rimas aguas con las graves en e.

2.    Estructura externa y argumento

“…gran alegría reina entre todos los cristianos

Que están con el Cid Ruy Díaz, el que en buena hora nació…”

Los editores del texto, desde la edición de Menéndez Pidal de 1913, lo han dividido en tres cantares. Podría reflejar las tres sesiones en que el autor considera conveniente que el juglar recite la gesta. Parece confirmarlo así el texto al separar una parte de otra con las palabras: «aquís conpieça la gesta de mio Çid el de Bivar» (v. 1.085), y otra más adelante cuando dice: «Las coplas deste cantar aquís van acabando» (v. 2.776).

Primer cantar. Cantar del destierro (vv. 1–1.086)

Segundo cantar. Cantar de las bodas (vv. 1.087–2.277)

Tercer cantar. Cantar de la afrenta de Corpes (vv. 2.278–3.730)

 

  1. Personajes principales

“…¡Oh, Dios, qué alegre se puso el ejército

Cuando supo que Álvar Fáñez Minaya había llegado!…”

  • Protagonista: En este caso se sitúa a Rodrigo Díaz de Vivar  el Mio Cid campeador (llamado asi por su victoria en dos señalados combates singulares  como representante  del rey de Castilla.), ya que es quien se traza unos objetivos y los cumple a pesar de todo lo que se le interponga en el camino, ya que en verdad desea obtener sus metas.
  • Álvar Fáñez Minaya: personaje de gran importancia, ya que es quien siempre está con el Mio Cid, ayudándole en todo lo que se le ofrece, y ayudándolo a cumplir todas sus metas trazadas.
  • Doña Jimena: es la esposa del Cid y pasa temiendo por la vida del Cid en varias ocasiones, pero aprende a no temer, pues el Cid es un campeador.
  • Sol y Elvira las hijas del Cid: son personajes leales y demuestran amor incondicional hacia el Cid se ven afectadas en la trampa de los infantes de Carrión y al final terminan casadas con los infantes de Navarra y Aragón.
  • Rey Alfonso: es personaje de alta nobleza puesto que es el rey, es alguien importante en la historia pues antes del destierro el Cid le servía, por eso el Cid hacia todo a su merced; era un tirano opresor del pueblo, era avaro ya que aceptaba  todos los tributos y deseaba más.
  • Gonzalo Anzures: padre de los infantes de Carrión, es enemigo del Cid y fue uno de los  que colaboro en el destierro del Cid.
  • Martín Antolinez, Muño Gustioz y Bermúdez: son los tres caballeros del Cid que luchan el duelo triple final de la obra los tres  salen victoriosos y llegan con la buena noticia a Valencia para el Cid.
  • Infantes de Carrión: sus nombres eran Diego y Fernando, eran repulsivos, codiciosos, vanidosos, tenían todos los defectos que alguien puede tener al igual que una enorme cobardía la cual los llevo a casarse con las hijas del Cid. Ellos planean a toda costa quitarle sus riquezas y propiedades al Mio Cid, incluso arremeten contra sus hijas dejándolas en muy malas condiciones debido a una venganza por la humillación ante el león.
  • Argumento

“…el rey don Alfonso envió al Cid Ruy Díaz a cobrar el tributo

Que los reyes de Córdoba y de Sevilla debían pagarle anualmente…”

El Cid ha peleado con éxito contra los reyes moros y ha conseguido cobrarles tributo para Alfonso VI, pero las intrigas de la corte de éste lo indisponen con el rey, quien le da nueve días para desterrarse de Castilla. En Burgos todos le niegan alojamiento, a excepción de Martín Antolinez “excelente burgalés”, quien mediante un ardid ayuda al Cid a sacarle dinero a unos judíos. El Cid se despide de su esposa Jimena y de sus hijas refugiadas en el monasterio de Cardeña. Con su hueste, que va engrosando a medida que se suceden las batallas victoriosas, el Cid conquista diversas piezas fuertes a los moros, y acaba por derrotar en una gran batalla a Ramón Berenguer, conde de Barcelona, que es aliado de alguno de los monarcas moros a quienes combate el Cid.


[1] Callet-Bois, op. Cit.

El Cid ha hecho todas sus campañas en calidad de vasallo del rey Alfonso y a él le ofrece sus victorias; sólo le pide que le permita reunirse de nuevo con su mujer e hijas. La envidia de los cortesanos de Alfonso, en particular del principal de ellos, García Ordóñez y dos parientes de éste, lo infantes de Carrión, hace que se declaren dispuestos a casarse con las hijas del Cid pese a ser de condición más aristocrática que ellas.

La última parte del Poema comienza mostrando la vileza y la cobardía de los infantes de Carrión; se llevan a sus mujeres a sus heredades de Carrión y, al entrar en Castilla “la gentil”, en el robledal de Corpes, las castigan cruelmente, las despojan y las dejan abandonadas. En forma pública el Cid solicita que los infantes devuelvan la dote de sus hijas y le restituyan a él sus dos espadas, Colada y Tizona, que se han llevado. Los infantes deben luchar contra los vasallos del Cid, que los derrotan ignominiosamente. Los reyes de Aragón y de Navarra piden la manos de las hijas del Cid y el poema termina con la total reivindicación del Cid que queda emparentado con los reyes de España.

  1. Temas y características

“…esto dijo el Cid, Campeador leal,

y se volvió a Murviedro, que ya es suyo…”

Una de las características que siempre se han destacado del Cid es su historicidad. No se trata, por cierto, de una fidelidad absoluta a los datos de la historia: por ejemplo, el sitio de Valencia no duró tres años como dice la obra, sino que duró sólo veinte meses; el conde de Barcelona fue prisionero del Cid dos veces y no una; la toma de Murcia y la batalla de Játiva son posteriores a la conquiste de Valencia y no anteriores. Salvo algunas intensificaciones y exageraciones debidas a la necesidad de exaltar al protagonista, nada del Poema aspira a lo maravilloso o lo fantástico. El tono es sobrio y de un realismo rudo y saludable. El Cid no es presentado como un héroe sobrehumano, sino como un hombre valeroso, esposo ejemplar y leal súbdito de su rey, al que una desgracia injusta obliga a ganar prestigio y conquistar tierras fueras de su país. Pero también las otras figuras están descriptas con parquedad y realismo. La proyección nacional del Poema de Mio Cid ha sido considerable desde su creación: es evidente que las cualidades otorgadas al héroe son las de la tierra castellana que defendió con su espada. La lealtad al soberano, la sobriedad en la expresión y en el gesto, la fidelidad a la esposa, la total falta de frivolidad sentimental, la modestia y el arrojo combinados, conforman el carácter ideal que el tradicionalismo castellano ha querido plasmar a lo largo de los siglos. Cabe destacar la conciencia social de la obra, en el caso de que un hombre de extracción poco menos que humilde, alejado de los estratos de la nobleza conquiste la aprobación general; según Brenan, ésta es una fuerte expresión del movimiento democrático que nacía desde Castilla.

El Poema de Mio Cid no es nacional por el patriotismo que en él se manifiesta, sino más bien como retrato del pueblo donde se escribió. En el Cid se reflejan las más notables cualidades del pueblo que le hizo su héroe. Lleva a cabo los más grandes hechos, somete a todo el poder de Marruecos y ve a sus hijas llegar a ser reinas; extiende su amor y su respeto a toda España. Es este el género de poesía que influye en el sentimiento nacional y carácter de un pueblo.

Gran distancia media entre la estructura de la Chanson de Roaland y la del Cid. El autor del Poema usó las dimensiones mayores del modelo francés en su deseo de contar cierto período – unos diez años – de la vida de su héroe, considerando que el Campeador merecía un poema de las proporciones de los extranjeros que cantaban a Eneas, a Alejandro, o a Carlomagno.

En el Poema no se ignora la trascendencia nacional y aun europea de las campañas del Cid. Al Poema le interesa, menos que los resultados nacionales de sus conquistas, lo que esos triunfos significan para el Cid, para su fama y su provecho, para la reparación de la injusticia de que ha sido objeto. El recuento del botín copioso se relata siempre con más espacio que la batalla. Lo que para la Historia sería más importante  en la vida pública del Cid, se vuelve incidente, hecho subordinado, en este poema donde lo significativo es el proceso de la reivindicación de la honra[1] menoscabada del héroe.

El mismo desinterés se adivina, casi siempre, en cuanto concierne a la vida pública del Cid, ya sea porque el autor la da por sabida de todos o porque no entra en la órbita presumible de sus propósitos literarios. Con la historia lamentable de las bodas deshechas, vuelva a plantearse en nuestro poema el viejo tema de la venganza, entendida como obligación sagrada que contrae la familia entera de la víctima.

Contra le secular tradición épica, el juglar hace que héroe renuncie a cumplir él, personalmente, la satisfacción por la venganza del agravio de sus hijas. Frente a sus yernos busca restaurar el imperio de la justicia por la mera irradiación de su virtud y lo consigue en las cortes, convocadas y presididas por Alfonso VI; en ese optimismo virtuoso que será la raíz del Poema, en esa confianza serena en los mecanismos de la justicia – de la Tierra y del Cielo – , en esa concepción de héroe como suma de cualidades entre las que el valor es sólo un ingrediente templado por la mesura.

A la virtud del Cid se opone la maldad de sus enemigos, que lo hieren en dos ocasiones con sus armas propias: la calumnia de García Ordóñez; la traición cobarde de los infantes de Carrión. En cuanto al rey, no es injusto cuando lo castiga airadamente, porque está obligado a creer a los calumniadores que tienen su confianza y sólo puede cambiar de opinión ante las repetidas y humildes demostraciones de su vasallo. Ese singularísimo planteo del tema del vasallo en pugna con su señor es otro rasgo de la modernidad propia del Poema; pues no opone el vasallo al rey, dos fuerzas incompatibles, rasgo de madurez del autor.

En la opinión del ya citado Díaz Plaja, el Poema de Mio Cid incluye un marcado sentimiento por el paisaje. El poeta nos hace pasear por esos lugares, y da cuenta metafóricamente de la tristeza de las llanuras y de la extrañeza de las montanas. Trabaja profundamente la cuestión de la pertenencia cuando el Cid, yendo hacia su destierro divisa con lágrimas en los ojos su tierra (“Castilla, la gentil”), la que está dejando atrás injustamente.

Pedro Salinas incluye el tema de la mujer, poniéndolo sobre las espaldas de doña Jimena, la esposa del Cid Campeador, ella encarna el ideal de mujer castellana, fiel a su marido, esperando refugiada las noticias de su señor el cual tiene la certeza de que volverá por ella, victorioso. Finalmente es el mismo Salinas el que pone de manifiesto que el tema principal del Poema es la honra: perdida y recuperada, análoga a un camino que debemos, como el Cid, andar y desandar.


[1] Salinas, Pedro; el Cantar de Mio Cid”, poema de la honra.

A MODO DE CONCLUSIÓN

Tenemos hoy en nuestras manos una obra inmortal, magnífica y monumental. Que ha sobrevivido al tiempo, a su época, incluso a su propia ideología (aunque en este trabajo no queremos llegar a ser tan críticos como lo fuera alguna vez Nietszche, con los valores cristianos). Que nos transmite y nos enseña que incluso en los espíritus más  mundanos y más humildes puede habitar un gran héroe, que lleno de valentía, no solamente llega e vencer sus batallas sino que llega a recibir el reconocimiento de todos, también de los que creen estar por encima de él, circunstancialmente. Y que, no importa la época, el espíritu democrático, la búsqueda de la justicia y la verdad es el común denominador en cualquier tiempo y lugar, de un espíritu valiente.

Matías L. Corbani